Lo primero que viene a mi cabeza cada vez que es algo referente a los libros es, creo, el mejor recuerdo que pudiera tener. Mi anécdota, casualmente es acerca de mi papá, quien cuando yo tenía alrededor de 5 o 6 años me contaba historias y cuentos antes de dormir, de hecho aún conservo los libros que me leía, la serie de libros se llamaba: “Cuentos, Fabulas y Leyendas”.
De esos libros lo que más recuerdo es a “Simbad, el marino” y sus aventuras.
Otro, que es el que mejores recuerdos me trae es: “Tom Sawyer”. Este libro era una edición infantil ilustrada, a colores, de tamaño carta y el cual, también conservo aún. Pero no es el libro en físico lo que me hace recordarlo, lo bonito es que cuando me leía; mi papá en todas las ocasiones le cambiaba el nombre a Tom y le ponía el mío.
Así fue por mucho tiempo, me releía el “Cuentos, Fabulas y Leyendas” (los dos tomos que tengo) y volvíamos a Tom Sawyer; su escape, sus peleas, cómo escupía de lado por la “ventanita” que le había quedado por su diente chimuelo, el día de su funeral y el momento en que Huck y él regresan a casa sanos y salvos para la alegría de su Tía y Becky (la niña rubia del salón). Pero lo mejor de todo es que no era Tom Sawyer el protagonista, sino “Edgard”; quien con el paso del tiempo y movido por la intriga, al momento en que aprendió a leer, subió al mueble donde estaba los libros de su papá, encontró “Las Aventuras de Tom Sawyer” y busco su nombre en las páginas que recordaba él lo habia escuchado, todo sin tener éxito y dándose cuenta que su padre le mentía.
Esa mentira, ahora, es la misma que le digo a mi hija y la misma, que espero, sea la que le cuente a sus hijos antes de dormir.